Donald Hebb. Psicólogo
(Considerado el padre de la Psicobiología)
Qué duda cabe que en los últimos años se han puesto de moda las emociones. Hemos pasado de una sociedad que casi las ignoraba a convertirlas una deidad que es la base fundamental de la realización personal y la búsqueda de la felicidad. Las redes sociales, con el postureo, imágenes y frases de Mr Wonderful, los libros de autoayuda que se convierten en superventas, los gurús y coaches con sus charlas motivacionales y vídeos inspiradores, los cursos breves de inteligencia emocional y mindfulness para enseñarte a gestionar tus emociones de forma fácil, divertida y para siempre (como los de inglés), merchandising de la felicidad (tazas, camisetas, cuadros,...), cuentos y películas sobre las emociones para niños y no tan niños,... Cualquier revista, diario, canal de televisión o radio, tiene que dar un espacio periódicamente a las emociones para saciar la necesidad social sobre el tema. Parece que todo lo han invadido las emociones, incluso el mundo educativo, sanitario y laboral. Desde antes de que se pusieran de moda parecen haber sido algo totalmente desconocido para el ser humano o, como mucho, desde que Daniel Goleman nos abriera los ojos de par en par, como una luz cegadora, a un universo de nuevas experiencias (lo digo irónicamente claro). Todo el mundo tiene entre sus expresiones cotidianas eso de tener más o menos inteligencia emocional, que para aprender hay que emocionarse; o términos más sofisticados como sistema límbico, serotonina o amígdala, que ya forman parte del acervo popular en la misma medida o más que coronavirus, inflación, cociente de inteligencia, 5G, crianza respetuosa o falso nueve, por poner algunos términos de ámbitos tan variados. Este batiburrillo de conceptos psicológicos que calan en la sociedad y se ponen de moda en boca de todos, es lo que se denomina psicología popular (pop o folk psychology), una especie de psicología de andar por casa, que tanto daño hace, y que tan poco o nada tiene que ver con la psicología rigurosa.
Ante descomunal cacao, sin ningún afán de dar lecciones a nadie, con la esperanza de que pueda satisfacer la curiosidad del que la tenga, e invitarle a buscar más allá del ruido de fondo del positivismo empalagoso, intento a continuación exponer algunas ideas básicas sobre las emociones, así como los intentos de explicaciones de los investigadores más destacados sobre el tema. La entrada es larga; pero el tema es complejo y lleva muchísimos años estudiándose. Muchos más de lo que se piensa.
¿Qué es una emoción?
<<Los científicos no han podido ponerse de acuerdo al definir las emociones. Por desgracia, puede que una de las cosas más significativas que se han dicho de ellas es que todos saben qué son hasta que se les pide que las definan>>
Joseph LeDoux
(parafraseando a William James)
Definir de forma precisa qué es una emoción no es nada sencillo, aunque a priori pueda parecerlo, ya que es fácil caer en el error de confundirse con otros conceptos relacionados como los sentimientos o el estado de ánimo. Las emociones son procesos neurológicos y cognitivos que responden a las demandas del entorno, influyendo en nuestra conducta y que, de alguna forma, incrementan las posibilidades de supervivencia y reproducción. Las emociones conllevan cambios en diferentes sistemas de respuesta (fisiológico, conductual, cognitivo,...), que se disparan ante un objeto, pudiendo ser innatas o aprendidas, que pueden conllevar valoraciones del significado de los estímulos, y que dependen de diferentes redes neuronales.
La mayoría de los psicólogos están de acuerdo en que las respuestas emocionales tienen tres componentes: la reacción fisiológica al estímulo, la respuesta conductual y la experiencia subjetiva (poner nombre y describir esa respuesta emocional en un contexto determinado).
Con el afán de dar orden y uniformidad, los investigadores se han centrado en dos categorías principales (Gazzaniga, Ivry y Magnum, 2014):
- Emociones básicas: son innatas y similares en todos los humanos y muchos animales. Son producto de la evolución, cada una tiene unas características únicas y se reflejan a través de expresiones faciales.
- Emociones complejas: suponen combinaciones de las emociones básicas. Son aprendidas social y culturalmente. Se pueden identificar como un sentimiento evolucionado y duradero.
- Afecto. Es el nivel más primitivo, innato e inespecífico. Es muy duradero. Valencia e intensidad.
- Humor. Es más específico que el afecto; pero menos que la emoción. Dura días o semanas. No suele estar asociado a un evento concreto. Es la creencia o expectativa de la persona de la probabilidad de sentir placer o displacer. También se le denomina estado de ánimo, timia o tono emocional. Son positivos o negativos (valencia).
- Emoción. Breve, más limitada en el tiempo y más intensa que el humor. Asociada a un estímulo o evento concreto. Cruciales para adaptarnos a eventos y circunstancias que tienen relevancia para nuestro bienestar.
- Sentimiento. Toma de conciencia de la emoción. La persona sabe lo que está experimentando, le pone una etiqueta y le da un significado. Está basado en la experiencia previa, el conocimiento y el contexto.
- Preferencias. Juicios evaluativos estables sobre lo agradable y desagradable que resulta algo o alguien, o sobre una predilección relativa.
- Actitudes. Creencias y predisposiciones duraderas sobre objetos, eventos, personas o grupos que configuran el modo de relacionarse con ellos.
- Disposiciones afectivas. Tendencia de una persona para experimentar frecuentemente un estado de ánimo o para reaccionar con ciertos tipos de emoción en determinadas situaciones.
- Estado de ánimo, que ya hemos definido antes.
La profesionalización de los científicos en el S.XIX, bajo la promoción y financiación política de los gobiernos de las grandes potencias, supuso un espaldarazo en la investigación científica del cerebro. Los avances en cirugía, fisiología, microbiología, anestesia, disección, y figuras de la talla de Ramón y Cajal, hicieron que la neurología se desarrollara como una especialidad con entidad propia. Hay que recordar también, la influencia que tuvo la frenología de Francis Gall, como primer intento de establecer la localización cerebral de las diferentes funciones cognitivas, entre ellas las emociones. Es en el SXIX cuando la Psicología, inspirándose en los métodos de la Fisiología, se separa de la Filosofía, pasando del pensamiento especulativo al estudio experimental de la conducta de los organismos en su entorno.
Las ideas principales del evolucionismo son:
- Las emociones son reacciones adaptativas que posibilitan la supervivencia.
- Son heredadas filogenéticamente y expresadas ontogenéticamente bajo procesos madurativos neurológicos.
- Poseen bases expresivas y motoras propias.
- Son universales, es decir, compartidas por todas las personas de diferentes culturas. Son universales tanto en la expresión como en el reconocimiento.
- Existe un número de emociones básicas determinado.
- Cada emoción tiene aparejada un estado cognitivo cualitativo propio.
Con la preponderancia del conductismo, se primó el estudio del aprendizaje sobre otros procesos. Se afirma que el conductismo supuso una era oscura en el estudio de las emociones y que en cuarenta años no hubo investigación al respecto; pero sí se pueden resaltar aportaciones importantes. Para Gendron y Barret (2009), dicha era oscura no existió en absoluto. De hecho entre 1900 y 1960 se publicaron más de cien trabajos sobre la emoción (Gendron y Barret, 2009). Además, el conductismo ha sido clave fundamental para muchos neurocientíficos que han estudiado las bases cerebrales de las emociones (Sander, 2013).
Para el psicólogo John Watson, las emociones son reacciones corporales ante estímulos específicos, en las que el elemento subjetivo apenas carece de valor. Watson propone que existen tres tipos de estímulos incondicionados que generan respuestas incondicionadas con cualidad emocional: el miedo ante situaciones aversivas; la ira causada por la inmovilización corporal; y el amor en respuesta a la estimulación de zonas erógenas. Sobre estas tres, por condicionamiento clásico, pueden generarse la mayor parte de las reacciones afectivas. De esta forma, estímulos inicialmente neutros, asociándolos a estímulos incondicionados, adquieren un carácter emocional. Watson y Rayner, mostraron las posibilidad de adquirir y suprimir el miedo empleando el condicionamiento clásico en los famosos experimentos con el niño Albert.
Más tarde, el gran psicólogo conductista B.F. Skinner propone que las emociones son fenómenos mediacionales entre estímulos y respuestas relacionadas directamente con la activación del organismo. Son predisposiciones de conducta o estados inferidos a partir de la fuerza o debilidad de una respuesta. Por su parte, H.B. Mowrer, en 1939, en sus investigaciones sobre el miedo, consideraba éste como un impulso aprendido por condicionamiento clásico, mientras las respuestas motoras se adquirían por condicionamiento instrumental, es decir, el cese del estímulo aversivo reforzaba la respuesta motora. En 1948, N.E. Miller demostró como una situación inicialmente neutra puede producir miedo por condicionamiento clásico, el cual es capaz de impulsar conductas instrumentales nuevas (evitación) para alejarse y reducir el estado displacentero. J. Taylor (1951), estudió la ansiedad, entendiéndola como una variable impulsora, capaz de producir efectos positivos y negativos sobre el rendimiento en función de las distintas situaciones.
Partiendo de las ideas de Mowrer, los psicólogos Robert Rescorla y Richard Solomon (1967), desarrollan la Teoría Bifactorial que describe la interrelación entre el condicionamiento clásico y el instrumental. Los estímulos condicionados adquieren propiedades emocionales e informativas. En el condicionamiento clásico el estímulo incondicionado produce una respuesta visceral y motora específica, además de un estado emocional, cuya cualidad depende de lo apetitivo o aversivo del estímulo incondicionado y del tipo de condicionamiento (excitatorio o inhibitorio). Cuando en el condicionamiento instrumental la respuesta produce el cese de la recompensa (castigo negativo), se induce frustración, mientras que si se produce el cese de un estímulo aversivo (condicionamiento de evitación o escape), el estado emocional resultante es el alivio o relajación. El condicionamiento instrumental implica la adquisición de una respuesta motora, una expectativa y un estado emocional.
Con la revolución de la psicología cognitiva, las teorías sobre la emoción pasan a subrayar los procesos evaluativos que permiten el procesamiento de la información (tanto consciente como no consciente) en presencia de estímulos relevantes. Los estudios y modelos cognitivos se centran fundamentalmente en delimitar la secuencia causal entre emoción y cognición, es decir, si la emoción es un fenómeno pre o postcognitivo, si es posible la emoción independientemente de la consciencia y la voluntad (Martinez-Sánchez, 1998).
La psicóloga Magda Arnold (1960) acuñó el concepto de evaluación (appraisal). Fue la primera que propuso la primacía de los procesos valorativos situacionales en la aparición de la emoción, ubicando estos con anterioridad a la activación fisiológica y la posterior emoción. Las emociones son activadas por una cognición previa, que puede ser inconsciente, pero que puede hacerse consciente por la capacidad de la inteligencia humana de reflexionar. Definió la evaluación como la valoración mental del daño o del beneficio potencial de una situación. Las personas realizan continuamente valoraciones del entorno, y esas evaluaciones lo aproximan a lo agradable y lo alejan de lo desagradable. Esa tendencia que conduce a acercarse a cualquier cosa evaluada positivamente o de alejarse de cualquier cosa evaluada negativamente es la emoción. Para Arnold, a diferencia de James, no es necesario que la respuesta ocurra para que el sentimiento surja.
En 1961, Raymond Cattell e Ivan Scheier, proponen la Teoría de Ansiedad Estado-Rasgo, en la que consideran que para definir la ansiedad de forma adecuada hay que tener en cuenta la diferenciación entre la ansiedad como estado emocional y la ansiedad como rasgo de personalidad. La ansiedad-estado, según Charles Spielberger (1972), es un “estado emocional” inmediato, modificable en el tiempo, caracterizado por una combinación única de sentimientos de tensión, aprensión y nerviosismo, pensamientos molestos y preocupaciones, junto a cambios fisiológicos. Por su parte, la ansiedad-rasgo hace referencia a las diferencias individuales de ansiedad relativamente estables, siendo éstas una disposición, tendencia o rasgo. Contrariamente a la ansiedad estado, la ansiedad-rasgo no se manifiesta directamente en la conducta y debe ser inferida por la frecuencia con la que un individuo experimenta aumentos en su estado de ansiedad.
Los psicólogos Stanley Sachter y Jerome Singer propusieron en 1962 la Teoría Bifactorial de la Emoción. Los dos factores se refieren a la activación fisiológica y a la atribución cognitiva. Es decir, las emociones son el resultado de procesos tanto cognitivos como fisiológicos. Según estos autores, el origen de las emociones proviene, por una parte, de las interpretaciones que hacemos de las respuestas fisiológicas y, por otro lado, de la evaluación cognitiva de la situación que origina esas respuestas. Lo que determina la intensidad de la emoción que sentimos es la forma en que interpretamos tales respuestas fisiológicas. Además, la cualidad de la emoción viene determinada por la forma en que evaluamos cognitivamente la situación que ha generado tales respuestas fisiológicas. Mientras la intensidad puede ser alta, media o baja, la cualidad es el tipo de emoción (tristeza, alegría, miedo,...). Sachter, años después (1972), amplia el trabajo proponiendo tres principios:
- Cuando la persona experimenta una activación fisiológica, inicialmente no sabe el motivo de esa respuesta, atribuyéndole una etiqueta a dicho estado, y describe lo que siente en relación a la situación de ese momento. La activación puede ser cualquier emoción, y le atribuye una etiqueta según la evaluación que hace de la situación que la ha generado.
- Cuando la persona tiene una explicación completa de la activación fisiológica que está sintiendo, no es necesaria ninguna evaluación cognitiva de la situación.
- Ante situaciones cognitivas iguales, la persona sólo si experimenta una activación fisiológica, las etiquetará como emociones.
En definitiva, quien no sepa a qué atribuirle su estado de activación fisiológica, buscará la respuesta en el ambiente que lo rodea. Y las emociones pueden variar en su intensidad según la interpretación que se haga de la situación que ha desencadenado la emoción.
El psicólogo Stuart Valins (1966), corrige a Sachter y Singer basándose en sus experimentos, llegando a la conclusión de que, para que la actividad fisiológica intervenga en la experiencia emocional, tiene que ser representada cognitivamente. Es decir, es la representación cognitiva de la activación fisiológica, y no la activación en sí misma, la que interactúa con los pensamientos sobre la situación para la generación de sentimientos (efecto Valins). Por contra, Sachter y Singer creían que el feedback de la activación es un buen indicador de que ocurre algo significativo, aún cuando no seamos capaces de comunicar exactamente qué ocurre. La cognición llena el vacío entre la especificidad del feedback físico y los sentimientos.
También en los sesenta, el psicólogo neoconductista Kenneth Spence, influido por Clark Hull, creía que el aprendizaje era el resultado de la interacción entre el impulso general (drive) y la motivación por incentivos. Un impulso o drive es la motivación que surge debido a la necesidad psicológica o fisiológica que debe ser satisfecha para recuperar el estado óptimo del organismo (homeóstasis). La reducción de los impulsos actúa como un reforzador de una conducta determinada. Este refuerzo incrementa la probabilidad de que el mismo comportamiento vuelva a producirse si se da de nuevo la misma necesidad. Sin embargo, Spence, considera que existen diferencias individuales en el condicionamiento que son atribuibles a la intensidad de las respuestas emocionales (Kendler, 1967). Las personas se diferencian en la intensidad de las respuestas emocionales frente a estímulos aversivos, siendo los más emotivos quienes tendrían una mejor ejecución frente a estos estímulos, debido a su mayor nivel de impulso o drive. Spence realizó importantes aportaciones al estudio de la ansiedad y su capacidad energizante, así como en el desarrollo de instrumentos para medirla.
A principios de los años setenta, los psicólogos Paul Ekman y Wallace Friesen, siguiendo los principios evolucionistas de Darwin, trataron de demostrar que las expresiones emocionales y su reconocimiento eran universales y determinadas biológicamente, y no aprendidas socialmente, así como que cada emoción presentaba un patrón neurofisiológico específico. Estudiando inicialmente a individuos de varios países y de una tribu de Papúa Nueva Guinea, y creando después un procedimiento de análisis sistemático de los movimientos de la musculatura facial muy detallado, establecieron un listado de emociones básicas y universales de la especie humana (alegría, ira, miedo, asco, sorpresa y tristeza), que ha llegado hasta nuestros días. Este listado fue revisado por estos autores a finales de los noventa, incluyendo un amplio número de emociones. Otros destacados autores evolucionistas propusieron un número de emociones básicas distinto, como Carroll Izard (doce, evaluadas con su Escala de Emociones Diferenciales) (Izard, 1977, 1992; Cicchetti, 2015), o Robert Plutchick (ocho, divididas entre básicas y compuestas, con sus correspondientes cadenas o secuencias de los sucesos implicados en el desarrollo de cada emoción. Se hizo popular por su rueda de las emociones) (Plutchick, 1980). Otro psicólogo con ideas evolucionistas, Sylvan Tomkins (1962, 1963), afirmó que existen un número limitado de emociones agrupadas en dos dimensiones: positivas (interés, sorpresa y alegría), y negativas (angustia, miedo, vergüenza, asco e ira). Ekman ha sido duramente criticado por otros psicólogos y antropólogos, especialmente por sus ideas sobre el reconocimiento de la mentira. Estos intentos de elaborar un número limitado de emociones principales entran dentro de la llamada Teoría de la Emoción Discreta, idea originaria de Darwin, como hemos visto, siendo considerado Tomkins como el referente de la idea de emoción básica.
Los psicólogos neoconductistas Richard Solomon y John Corbit, en 1974, propusieron la Teoría de los Procesos Oponentes, que explica la interacción entre el estado afectivo y el aprendizaje. Se basan en la idea fisiológica de la homeóstasis (capacidad del organismo de mantener una condición interna estable) y, especialmente se inspiran en los procesos oponentes estudiados por Edwald Hering en la percepción visual (la activación de conos y bastones de forma antagónica. Cuando se activan unos se desactivan los otros). Llevando esta idea al ámbito emocional y motivacional, Solomon y Corbit, concluyen que cuando se nos presenta un estímulo que genera algún tipo de emoción (placentero o aversivo), con el paso del tiempo se nos genera una emoción antagónica a la primera para recuperar la homeóstasis emocional. La reacción emocional primaria, va perdiendo fuerza con el paso del tiempo, compensándose con la reacción opuesta. En esta teoría se han basado otros autores para dar explicación a fenómenos como la adicción y el duelo.
El psicólogo estadounidense Martin Seligman, en 1975, en relación con las emociones, propuso el concepto indefensión aprendida en base a sus experimentos con perros en laboratorio. La indefensión aprendida consiste en la percepción por parte de la persona de verse incapaz de evitar o escapar de una situación aversiva, de considerar que ya no hay nada que hacer, de no poder influir en evitar o atenuar la situación, resignándose con pasividad. Esto se da aunque objetivamente si que exista posibilidad de atenuar, evitar o escapar de dicha situación. La indefensión provoca tres grupos de déficits principales: motivacionales (apatía, inactividad), cognitivos (la expectativa de incontrolabilidad dificulta el aprendizaje posterior de controlabilidad), y emocionales, cuando la persona termina aprendiendo que no puede controlar el daño, el miedo disminuirá y será sustituido por depresión. Las personas que son expuestas a situaciones incontrolables desarrollan un incapacidad para cambiar su conducta, al esperar que los acontecimientos futuros serán igualmente incontrolables.
El gran psicólogo canadiense Albert Bandura (1976, 1986), en base a su teoría del aprendizaje vicario, propuso que la conducta emocional puede aprenderse observando las reacciones emocionales de los demás y sus consecuencias. El aprendizaje vicario emocional se da en dos procesos: la activación emocional vicaria, en el que las reacciones emocionales del otro, inducen estados emocionales similares; y las situaciones o acontecimientos que están asociados a esas respuestas emocionales son capaces de producir la activación emocional por sí mismos. Una vez se aprenden estas asociaciones, la mera presencia de esos contextos o situaciones provocan la respuesta emocional aprendida.
El psicólogo Richard Lazarus (1982, 1991, 1993), demostró claramente con sus experimentos que las interpretaciones de las situaciones influyen decisivamente en la emoción experimentada. Concluyó que las emociones pueden iniciarse inconscientemente de forma automática, o conscientemente; pero subrayó la importancia de los procesos de pensamiento y de la consciencia, sobre todo, al hacer frente a las reacciones emocionales una vez que estas se producen. Afirmó que la cognición es la condición necesaria y suficiente para la emoción. Considera la emoción como un fenómeno post-cognitivo. Constantemente estamos valorando el significado de lo que está ocurriendo para nuestro bienestar personal. Diferencia entre valoración primaria, que establece el significado de un evento y proporciona información sobre cómo nos puede afectar una situación o acontecimiento; y valoración secundaria, que nos informa de los recursos y habilidades que disponemos para afrontar las consecuencias del evento. Por tanto, las emociones no son el resultado directo de un acontecimiento o situación, o de la activación fisiológica, sino de las valoraciones que realizamos de lo que nos acontece. Nuestra experiencia, cultura, convenciones sociales, y principios éticos, influyen decisivamente en nuestras valoraciones. En la obra de Lazarus, es fundamental conocer la teoría del afrontamiento del estrés, que veremos en otra entrada.
El psicólogo social Bernard Weiner, en 1980, propone la teoría de la atribución de la motivación y la emoción, que es ampliamente conocida en el mundo académico, deportivo, laboral y clínico. Según este autor, el proceso emocional es un fenómeno que ocurre con posterioridad a la atribución. El proceso emocional sigue la siguiente secuencia: acción, resultado, atribución y emoción. Tras la estimulación del ambiente, realizamos una valoración primaria relativa a sus consecuencias agradables o desagradables. Esto produce una primera emoción que es analizada sobre la base de sus consecuencias. Como resultado de esa atribución de causalidad emerge la emoción más elaborada que, posteriormente, ejercerá un papel motivacional sobre la conducta. Weiner propone las archiconocidas tres dimensiones de causalidad para explicar un resultado: 1) locus de control interno o externo, que explica donde está la causa del resultado, es decir, si es producto de factores personales o ambientales; 2) la controlabilidad, para diferenciar si las causas están bajo nuestro control o no; y 3) la estabilidad, es decir, si las cosas son relativamente estables o varían a través del tiempo. Del resultado de nuestras valoraciones en estas tres dimensiones tendremos una respuesta motivacional y emocional.
El psicólogo neoyorquino Peter Lang (1979, 1985) propuso la Teoría Bioinformacional o modelo de procesamiento de imágenes emocionales, que ha tenido una enorme repercusión en Psicología, especialmente en lo referente a la naturaleza tridimensional de la respuesta de ansiedad. En ella afirma que la emoción es producto de la estrecha relación de tres sistemas de respuesta: los pensamientos (cognición), las reacciones psicofisiológicas y las conducta. Estos tres sistemas de respuesta no están sincronizados entre sí, pudiendo prevalecer uno sobre otro. Ante la presencia de un estímulo emocional se activa el triple sistema de respuesta, que queda codificado en la memoria en forma de proposiciones que se organizan en redes asociativas. Las redes proposicionales tienen tres tipos de información: la relacionada con los estímulos externos del contexto (detalles físicos, estímulos visuales, auditivos,...); la información almacenada sobre las respuestas manifiestas y encubiertas (verbalizaciones, la activación física, y la conducta); y la información cognitiva sobre el significado. La red proposicional puede ser activada por cualquier estímulo que contenga información similar a la almacenada en la red.
Por su parte, el psicólogo Gordon Bawer (1981, 1994), estudió la influencia de la emoción sobre los procesos cognitivos, especialmente la memoria, el pensamiento y la percepción, teniendo un altísimo impacto en el conocimiento de las relaciones recíprocas entre emoción y las funciones cognitivas. De sus investigaciones hay una serie de conclusiones que siguen influyendo a día de hoy, como son: 1) las emociones actúan como filtro selectivo de la información que se percibe, prestándose más atención a los estímulos emocionalmente congruentes con el estado emocional; 2) la información que se aprende en un estado emocional concreto se recuerda con mayor facilidad cuando la persona se encuentra en un estado emocional similar (aprendizaje dependiente del estado); 3) el estado emocional influye tanto en los juicios o valoraciones respecto a la propia persona como de los demás. De sus principios se han derivado numerosas investigaciones que han dado lugar a teorías relevantes. Por ejemplo, se considera que cada emoción está compuesta por un nodo específico en la memoria, que está asociado a etiquetas verbales, conductas, cogniciones y eventos. Bajo un estado emocional concreto se activa su correspondiente nodo en la memoria, facilitando el recuerdo de sucesos, pensamientos, descriptores verbales, etc. Cada nodo permite a su vez la activación de otros nodos a los que se encuentre asociado, así como se inhiben aquellos otros que no tengan ninguna asociación (Martínez-Sánchez et al. 1999).
En 1982, el psicólogo Jeffrey A. Gray propone uno de los modelos multidimensionales más aceptados sobre la activación. Sostiene que el sistema nervioso de los mamíferos consta de tres sistemas capaces de procesar tipos específicos de información:
- Sistema de aproximación conductual (BAS): un sistema de feedback negativo, activado por estímulos asociados al reforzamiento y cese u omisión del castigo (alivio no punitivo).
- Sistema de inhibición conductual (BIS): activado por estímulos condicionados asociados al castigo, a la omisión o cese del refuerzo, así como a los estímulos novedosos.
- Sistema de lucha-huida (SLH): responde a los estímulos condicionados e incondicionados aversivos.
<<Goleman ha ampliado la definición de inteligencia emocional hasta tal punto que ya no tiene ningún significado científico o utilidad. [...] Debería haber previsto todo esto y decir si la inteligencia emocional realmente existe >>
John Mayer
<<El libro inteligencia emocional de Goleman es farragoso, reiterativo, y parece más un libro de autoyuda que un libro de neurociencia. [...]. La inteligencia emocional es una especie de cajón de sastre>>
Javier Tirapu
- Identificación de la información ambiental emocionalmente relevante.
- Generación de la experiencia y conducta emocional apropiada en respuesta a la estimulación.
- Regulación de la experiencia emocional y la conducta.
Para finalizar esta entrada, la psicóloga canadiense Lisa Feldman Barret (2006, 2017), destaca dentro de las teorías construccionistas de la emoción, que sostienen que la emoción emerge de la cognición, moldeada por nuestra cultura e idioma. Los modelos construccionistas psicológicos son similares a los modelos de evaluación en que ambos consideran la emoción como un acto de creación de significado. En la mayoría de los modelos construccionistas psicológicos, el énfasis está en hacer significativo un estado sensorial o afectivo interno: una emoción emerge cuando el estado interno de una persona se entiende de alguna manera relacionado con la situación o causado por ella. El significado puede ser instintivo, o resultar de algún proceso adicional como la categorización o la atribución. En el enfoque de evaluación, por el contrario, es la situación, no el estado interno del cuerpo, el objetivo del análisis del significado. Se supone que los cambios de estado interno resultan de este análisis de significado y lo reflejan. Al igual que los modelos de evaluación, muchos modelos construccionistas psicológicos tratan las emociones como estados intencionales (Gendran y Barret, 2009). Lisa Barret afirma que las emociones son conceptos creados por el hombre que emergen a medida que damos sentido a la información sensorial del cuerpo y el mundo. Primero formamos una representación mental de los cambios corporales, a lo que llaman afecto central (core affect). Esta representación se clasifica después de acuerdo con las categorías de las emociones basadas en el lenguaje. Estas categorías varían según la experiencia y la cultura de la persona, por lo que no existen criterios empíricos para juzgar una emoción.
Para saber más y mejor:
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