¿Quién no ha escuchado alguna vez, dentro del mundo educativo, de la empresa, del coaching, en una conferencia, coloquio, charla, entrevista, vídeo, a un "experto" refiriéndose con naturalidad al sistema límbico como la base de las emociones? Es tremendamente habitual que escuchemos eso del sistema límbico como el único y delimitado centro de las emociones, mientras se expone en una presentación una imagen cerebral como la de arriba o parecida. Está ahí, en esa representación del cerebro sobre la que destaca una estructura grande y con una forma extraña. Se hace referencia a esa estructura como si de un órgano se tratase. De la misma forma que el estómago se encarga de la digestión de los alimentos, o el corazón de bombear la sangre, el sistema límbico será el encargado de dar soporte a nuestras emociones. Por supuesto, rara vez irán más allá de mencionarlo por encima, o mencionarán a la famosa amígdala como mucho, con el único afán de dar un aspecto de rigurosidad científica a la idea, metodología o, en ocasiones, ocurrencia, que expongan a continuación. Pero no profundizarán en fundamentar que su metodología, su hipótesis (la suya o la de otros que defienden sin pararse a analizar si están fundamentadas), o la explicación del por qué una normativa se basa en un modelo determinado, está relacionada, y de qué forma, con el funcionamiento del supuesto sistema límbico o del cerebro en general (la LOMLOE y el DUA, por ejemplo). Ya sabemos que hay investigaciones que muestran que poner una imagen cerebral en una exposición da mayor credibilidad de lo que se pretenda decir después (Weisberg et al., 2008), tenga rigurosidad o ninguna. Parece que poner una imagen cerebral lo sostiene todo, y en el mundo educativo, y su <<para aprender hay que emocionarse>>; o el de la empresa, el coaching y el crecimiento personal, con sus ideas de la inteligencia emocional; y ahora el deporte, que parece haber descubierto que la cognición influye en el rendimiento (como si la Psicología no lo hubiera explicado ya hace más años que Matusalén), se encuentra uno muchas veces cualquier metodología (o disparate) con una imagen del cerebro al lado y la manida expresión "la neurociencia dice...", sin haber abierto un libro de neurociencia previamente para ver qué dice y qué no dice, quién, dónde y cuándo lo dice. Es más, muchos no sabrían ni definir con exactitud qué es la neurociencia.
En esta entrada vamos a tratar de explicar de dónde viene eso del sistema límbico y cómo ha evolucionado el estudio de las bases cerebrales de la emoción, y veremos cómo las zonas implicadas en el procesamiento emocional son mucho más amplias que las que representan esos dibujos cerebrales que se ven por ahí. De hecho, todo el cerebro (y habría que decir todo el cuerpo), están implicados en las emociones de alguna forma, ya que se trata de la supervivencia y posibilidad de reproducción. La entrada, obviamente, se quedará incompleta, porque el tema llega a ser inabarcable, y menos en un blog, por lo que dedicaremos otra entrada en la que se especificarán con más detalle las áreas y estructuras implicadas (subcorticales y corticales), las redes neuronales y sus conexiones, así como las diferentes emociones y sus correlatos neuroanatómicos, porque cada emoción tiene sus diferencias.
El cerebro emocional ¿El viaje a ninguna parte?
<<Ha sido imposible establecer un criterio para definir cuáles son las estructuras y vías que deberían estar incluidas en el sistema límbico >>
Michael Gazzaniga. Psicólogo.
(Uno de los neurocientíficos más destacados del mundo)
A lo largo de la historia del estudio de las bases biológicas de las emociones, se han propuesto diferentes estructuras cerebrales y circuitos, encontrándose todavía hoy sin cerrar la cuestión debido a su complejidad extrema. Más allá de las propuestas originales de Galeno, San Agustín, Leonardo, Vesalio, o la frenología de Gall, que hemos mencionado en la entrada anterior, el estudio del cerebro emocional supone un gran desafío para el ser humano. El cerebro es quizás la estructura más compleja que existe sobre la faz de la tierra, y puede que en el universo, y si a eso le añadimos las emociones... Hay investigadores que incluso ponen en entredicho la existencia misma de un circuito llamado sistema límbico, o de un cerebro emocional, como un sistema o circuito con identidad propia dentro del resto del cerebro.
<<Dos preguntas impregnan cualquier discusión sobre el concepto sistema límbico: ¿Cuáles son sus componentes? y ¿cuáles son sus funciones? No existe un acuerdo universal sobre las respuestas. Algunos argumentarían que el llamado sistema límbico no es un sistema en absoluto>>.
S. E. Fox
Mucho después, el neurólogo y antropólogo francés Paul Broca, en 1878, describió la existencia de un "gran lóbulo límbico". Existen cinco lóbulos en el cerebro: occipital, parietal, temporal, frontal y la ínsula. Estos lóbulos son claramente diferenciables desde una vista lateral (a excepción de la ínsula, que está bajo el opérculo fronto-temporal); pero su organización era menos clara desde una visión medial. Desde una vista medial, Broca afirmaba que había un gran "superlóbulo": el Gran Lóbulo Límbico. El lóbulo límbico era un gran lóbulo que abarcaba varios lóbulos. El término lóbulo se quedaba corto, de ahí que era un gran lóbulo. Para Broca, el gran lóbulo límbico comprendía la mayor parte de la superficie medial de la corteza, delimitado por los bordes (limbus) en la parte exterior por la fisura límbica (hoy surco cingulado) y el giro parahipocampal, y por el interior por el hipocampo (ten Donkelaar et al., 2020). En el estudio comparado de los cerebros de mamíferos (desde la nutria, a los primates y los seres humanos), consideró que, en el desarrollo evolutivo del cerebro, se pasó al aumento exagerado del lóbulo frontal en humanos a costa de menguar el lóbulo límbico, muy relacionado con el sentido del olfato. Esta idea de que el lóbulo límbico estaba dominado por el input olfativo y pertenecía al rinencéfalo fue la que prevaleció hasta principios de los años treinta del SXX. Derivado de ello, se consideró posteriormente ese lóbulo límbico como relacionado con los animales, o más irracional, de ahí que lo asociaran con lo emocional; mientras el frontal medial y la corteza lateral, con lo racional y humano (Pessoa y Hof, 2015).
Entre los antecedentes del estudio emocional del cerebro hay que mencionar a tres autores que ejercieron influencias posteriormente. Uno es Sigmund Exner, fisiólogo y psicólogo que, en 1894, describió un modelo de circuito neuronal que explicaba las interacciones entre las sensaciones de placer y aversión en el cerebro. En el modelo, basado en experimentación con animales, detalló cómo los eventos sensoriales adquieren un significado emocional y producen respuestas motoras autonómicas. El tálamo funcionaría como el centro de integración sensorial y como un filtro que dejaría llegar sólo los estímulos intensos al centro aversivo. La aversión se procesaría en una estructura compuesta por cuerpos neuronales que se correspondería hoy con la amígdala (Exner, 1894, Roxo et al. 2011). Esta idea influyó a Sigmund Freud en el inicio de su carrera científica, antes de entregarse por completo al psicoanálisis. Freud, en 1895, propuso una red neuronal de la memoria emocional. Describió los fenómenos psicológicos como energía nerviosa en sistemas nerviosos formados por diferentes tipos de células, cada una con un tipo de función. Por ejemplo, durante una experiencia de dolor, la representación de un objeto peligroso estimularía ciertas neuronas llave, las cuales desencadenarían emociones aversivas. La representación de ese objeto quedaría en la memoria como una experiencia aversiva. Freud, además, propuso el concepto de inercia, muy similar al de homeóstasis, por el cual un organismo que es estimulado tiende a la condición anterior no estimulada. Estos estados de inercia pueden ser excitados. Una neurona puede excitarse y quedar unida (catexis) a una representación sin necesidad de producir ninguna respuesta fisiológica demostrable. Neurológicamente, los afectos se producen cuando la catexis aumenta o disminuye, siendo el aumento el afecto negativo y la disminución el afecto positivo. Estos cambios en la catexis neuronal quedan impresos en el sistema, modulando las experiencias actuales con huellas de impresiones pasadas (memoria emocional). Por su parte, el médico Israel Waynbaum, en 1904, describió un centro cerebral de las emociones, del que casi no hay citaciones y es muy difícil encontrar reseñas. Las ideas sobre expresión emocional de Waynbaum supusieron un desafío a todas las propuestas existentes, incluidas las de Darwin. Si se entiende la expresión como una forma de dar salida a un estado interno antecedente también existe la supresión, ya que se pueden suprimir algunas reacciones. De ninguna manera está establecido que todas las expresiones o gestos faciales estén causados por estados subjetivos internos. Propone el término eferencia emocional como más apropiado que el de expresión emocional, que tiene menos implicaciones a priori. Para Waynbaum las respuestas emocionales cumplían la función de control auxiliar del flujo sanguíneo cerebral. La musculatura de la cara es capaz de controlar el flujo sanguíneo de la cara. Los efectos negativos o positivos de las emociones sobre el flujo sanguíneo suponían beneficios o perjuicios a las salud (Zajonc, 1985).
En 1911, el psiquiatra y neurólogo Christfried Jakob, que destacó por sus atlas del sistema nervioso, publica su monografía sobre neuroanatomía humana y comparada, en el que expone los resultados de las investigaciones que realizó entre 1890 y 1899 en Alemania, describiendo un circuito al que llamó cerebro visceral, que ya había mencionado en trabajos anteriores en 1908 y 1909. El circuito comienza en el hipocampo; las fibras eferentes salen por el trígono, formando parte de las fibras post comisurales del pilar anterior que llegan a los cuerpos mamilares; de allí se dirigen al núcleo anterior del tálamo. Se incorporan después al fascículo del cíngulo (que es un haz de sustancia blanca en el interior de la circunvolución del cíngulo) y se dirigen hacia atrás para entrar en la circunvolución del hipocampo, completando así el circuito. El cerebro visceral incluye, así, la corteza prefrontal, las amígdalas y los núcleos grises del septum, entre otras áreas. Este autor, dado que su trabajo lo escribió en alemán y español (emigró a Argentina) no se llevó el reconocimiento y la fama en la historia de la neuroanatomía, sino que terminó por adjudicársele a Papez (Besada, 2010). Dicho error trató de corregirse en 2008 en un artículo con motivo del centenario de los estudios de Jakob (Triarhou, 2006), pudiendo verse ya en algunos lugares el nombre de "circuito de Jakob" (Besada, 2010).
El médico Charles K. Mills (1912), propuso la hipótesis de que las emociones y la expresión emocional estaban más representadas en el hemisferio derecho. Para Mills, tanto la emoción como la expresión emocional se encontraban representadas en la corteza cerebral, la emoción por un lado en la región prefrontal, y la expresión emocional en la región mediofrontal. De cómo se encuentra actualmente el conocimiento de la especialización hemisférica de las emociones hablaremos en otra ocasión, para desmentir otras de las grandes tonterías que se afirman con lo de "personas de cerebro derecho y personas de cerebro izquierdo".
Como menciono en la entrada anterior, a finales de los años veinte, los fisiólogos Walter Cannon (1927) y Philip Bard (1928), cada uno por su lado, exponen que, en el cerebro, cuando se percibe un estímulo, recibiendo la información desde los órganos de los sentidos hasta el tálamo, se activa simultáneamente el hipotálamo, que activa a su vez a los músculos y vísceras y, por otra parte, se activa la corteza cerebral, en la que tiene lugar la experiencia emocional, sin existir relación causal mutua. Estas ideas quedaron como la Teoría de Cannon-Bard, o Teoría Talámica de las Emociones.
Diez años después de Cannon y Bard, y tres décadas después de Jakob, en 1937, el neurólogo estadounidense James Papez, describe en un brevísimo artículo el que MacLean llamaría años después como sistema límbico (este sí en inglés). Se considera (como hemos visto erróneamente) el primero que propuso un circuito neuronal de las emociones, compuesto por unas estructuras cerebrales con capacidad para gestionar las respuestas fisiológicas ante estímulos emocionales. Las estructuras propuestas por Papez eran el giro cingulado, el hipotálamo, el hipocampo, los núcleos talámicos anteriores y sus interconexiones. Propone que, tras llegar al tálamo, surgen dos vías, una superior, la del pensamiento; y otra inferior, la del sentimiento. Desde el tálamo anterior la vía superior se dirige a la corteza, especialmente al cingulado, donde las sensaciones se convierten en percepciones, pensamientos y recuerdos. De allí, se dirige hasta el hipocampo y, a través del fórnix, a los cuerpos mamilares, permitiendo la generación de emociones. La vía inferior se dirige a los ganglios basales (movimiento) y al hipotálamo (sentimiento) produciendo la respuesta corporal. Esta propuesta quedó con el nombre de circuito de Papez, y estuvo vigente muchas décadas. Algunos autores, especialmente desde Argentina, acusan a Papez de no mencionar en sus trabajos a Paul Broca y a Christfried Jakob.
El psicólogo Heinrich Klüber y el neurólogo Paul Bucy (1937), describieron un síndrome consistente en que tras la ablación de ciertas partes del lóbulo temporal a primates, mostraban grandes cambios en su conducta (docilidad, sin ira ni miedo), además de no reconocer el sentido de algunos objetos, intentando ingerir cosas no comestibles. Además, se volvían muy promiscuos. En base a ello, concluyeron que la corteza también jugaba una función importante en las emociones. Se le denominó síndrome de Kluver-Bucy, a los síntomas derivados del daño de los lóbulos temporales, estando la amígdala implicada en este.
El médico de origen bielorruso Paul Ivan Yakolev, que realizó grandes aportaciones al conocimiento de la neuroanatomía, en 1948 propuso que la corteza orbitofrontal, la ínsula, la amígdala y el lóbulo temporal anterior forman una red subyacente a la motivación y la emoción (Yakolev, 1948, 1972).
El psiquiatra Paul MacLean (1949, 1969, 1952, 1973, 1990), influido por los trabajos de Broca, Cannon-Bard, Papez, Yakolev, y Klüver y Bucy, dedicó décadas de estudio a las bases cerebrales de la emoción. Desde una óptica evolucionista, considera el cerebro un órgano formado por tres subcapas: el cerebro triuno. La capa más antigua y profunda supone una herencia reptiliana (cerebro reptiliano) y se encarga de la conducta automática necesaria para la supervivencia. Se corresponde con el tronco del encéfalo. Sobre esta primera capa, considera que se desarrolla una segunda, el cerebro mamífero antiguo, encargado de la conservación de la especie: alimentación, evitación, escape, lucha y búsqueda de placer. Se corresponde con estructuras como el hipotálamo y la amígdala. La tercera capa, fruto de la evolución, es el cerebro mamífero moderno, que se encarga de las funciones racionales y verbales. Esta teoría ha sido desechada, aunque en muchos entornos educativos, de la empresa y del autoconocimiento gustan de recrearse en ella para justificar un gran número de ocurrencias sin base alguna. MacLean propone una teoría general del cerebro emocional, en la que afirma que el lóbulo límbico, y determinadas estructuras subcorticales relacionadas, constituyen el cerebro visceral y es donde se concentran las sensaciones del exterior con las sensaciones viscerales. Posteriormente, introduce el concepto de sistema límbico, en el que incluye las estructuras cerebrales de Papez, a las que les añade la amígdala (por influencia de Klüber y Bucy), el septum y la corteza prefrontal. Sugiere que este sistema evolucionó para ocuparse de las funciones viscerales y constituye la base del aspecto emocional y visceral del individuo. Actualmente estas ideas no están vigentes (Gazzaniga, Ivry y Mangun, 2013). Esta visión separada de un cerebro emocional y uno racional vuelve a plantear una dicotomía clásica. (Pessoa, 2013). Algunas de las estructuras propuesta por MacLean en su sistema límbico, como el hipocampo, el tálamo anterior o los cuerpos mamilares, se ha demostrado tener más relación con la memoria declarativa que con las emociones (LeDoux, 1996; Calder, Lawrence y Young, 2001). Paul MacLean ha sido una gran figura en el estudio del cerebro emocional y ha hecho grandes contribuciones a la neurociencia del comportamiento, no debiendo minusvalorarlo por haberse refutado algunas de sus propuestas, como la del cerebro triuno, la más conocida. Son los avances propios de la ciencia.
<<La noción de que la evolución de los mamíferos condujo a cambios como que se agregaron nuevas estructuras del cerebro anterior (sistema límbico y neocórtex) no se ha sostenido, ni tampoco que las llamadas áreas límbicas están principalmente involucradas en la emoción>>
Joseph LeDoux
Como afirman Pessoa y Hof (2015), el cerebro tiene, por supuesto, lo que se puede considerar sistemas antiguos. Sin embargo, estos no existen dentro de una arquitectura "en capas", con estructuras más nuevas simplemente agregadas sobre las antiguas, de modo que las de arriba controlan a las de abajo como el cerebro triuno de MacLean. Los cambios evolutivos en los circuitos cerebrales son tales que los sistemas "nuevos" se integran dentro de los "antiguos". Este entretejido crea una red de acoplamiento estructural y funcional de una manera que difumina lo "viejo" y lo "nuevo". Ejemplos de ello son el hipotálamo, que no sólo tiene vías descendentes, sino también ascendentes, muchas de ellas al prefrontal lateral (Risold et al., 1997; Swanson, 2000; Rempel-Clower, y Barbas, 1998); y la amígdala, que tiene más de mil conexiones con regiones corticales y subcorticales (a todos los lóbulos), incluido el prefrontal lateral (Petrovic et al., 2001; Guimera y Nunes Amaral, 2005; Pessoa, 2014).