Ya está aquí la última parte de la temporada. La hora de rematar lo sembrado hasta el momento; o la de arreglar lo que no se ha hecho anteriormente. Es el momento clave de cosechar los ansiados títulos, clasificaciones para competiciones europeas, play-off, ascensos; o evitar los descensos, maquillar la mala imagen, las críticas, etc. También es la hora de empezar a mirar de reojo la planificación de la próxima temporada, ver posibles fichajes, despidos, renovaciones, patrocinadores, proyectos, toma de decisiones,…, en definitiva, PRESIÓN. Todos la llevaremos como equipaje en los próximos meses. Jugadores, entrenadores, árbitros, directivos, cuerpo técnico, representantes, periodistas, patrocinadores, aficionados, etc. Un cúmulo de situaciones estresantes que nos harán más propensos a vaivenes emocionales, con sus correspondientes taquicardias, insomnios, enfados, precipitaciones, equivocaciones y lesiones musculares por poner algunos ejemplos. Nos dará la sensación de que los partidos de ahora son más valiosos, cuando en realidad valen lo mismo que en la primera jornada.
Los
que están arriba deberán convivir con la tensión de poder conseguir el
objetivo que soñaban durante todo el año, sabiendo que en cualquier
momento se puede desvanecer y tirar por tierra todo lo que se ha conseguido hasta ahora. Rematar el trabajo acumulado, cumplir expectativas, o
confirmar la superación sorprendente de las mismas, y no dar la razón a
los que pensaban que era el sueño de una noche de verano, como si
molestase estar donde no debías. De ello, no sólo dependen las ilusiones
deportivas, sino también el poder conseguir un aumento en el patrocinio
y, por lo tanto, mejores condiciones de trabajo en cuanto a materiales,
sueldos y profesionales más cualificados. Dar el gran salto a una vida
mejor o, quizá, por haberlo conseguido, tener que hacer las maletas de
nuevo porque no cuentan con uno para esa tierra prometida.
Los
que están abajo sufrirán la posibilidad de todo lo contrario, menor
patrocinio, peores condiciones de trabajo, sueldos más bajos, menos
profesionales de buen nivel, e incluso el despido, sintiendo el frío y
el vértigo del paro. Hasta ahora los fallos se lamentaban; pero se
recurría al factor tiempo para aliviar el mal trago: “quedan muchos
partidos”, “aún podemos arreglarlo”, “esto es muy largo”, “ganando los
dos próximos partidos nos metemos otra vez en la lucha”, y convertían
las jornadas en una agónica espera de que un aparato con números
luminosos lo aliviara todo, como un bálsamo de Fierabrás, al menos, una
semana más, una jornada más. Se desviaba la atención a la tabla
clasificatoria, depositando en ella nuestra confianza, nuestra atención,
nuestro termómetro, pensando más en ella, como de un amor platónico se
tratase, no dejándonos poner nuestros cinco sentidos en el propio juego,
no dando pie con bola.
Otros hacen balance de lo hecho
hasta ahora y se plantean si la planificación y ejecución del proyecto
deportivo de la temporada fue el idóneo, centrando su atención en los
problemas que ha habido y todavía hay, en lo que pudo haber sido y no
fue, o en lo bien que ha ido todo, como si hubiera sido fácil, como si
hubiera ocurrido casi sin pretenderlo, cuando no es así ¡Cómo lo he
hecho tan bien! Algunos, a los que no hayan cumplido con sus intenciones
iniciales, víctimas de su frustración, decidirán cortar por lo sano,
tomando decisiones drásticas y precipitadas, lo que agravará aún más la
situación. También los habrá que quieran abandonar con la idea de que ya
no hay remedio, que han perdido la motivación por todo y ya no le
importa lo que suceda, poniendo el frío piloto automático, deseando que
acabe la temporada. Por suerte, todavía quedarán algunos que asuman el
desafío de hacerlo lo mejor posible hasta el final, comprometidos y
responsabilizados hasta las últimas consecuencias, por principios y
valores básicos, por el diálogo sincero que uno mantiene con uno mismo.
Y
lo mejor del asunto es que, tanto para unos, como para otros, lo que
queda de temporada lo acentuará todo aún más, casi sin tiempo de
asimilarlo, como si estuvieran en una película de cine mudo en la que
pasa todo muy deprisa.
Sin lugar a dudas, a los que más
se les puede notar toda esta presión es a los deportistas, que están de
cara al espectador. Tanto si están en la parte alta de la
clasificación, como si están en la parte baja, todo parece estar
supeditado a los resultados. Por ello, los deportistas deben estar en
plena forma física, técnica, táctica y, también, psicológica, para poder
tener la mayor percepción de control posible ante toda esta avalancha
de demandas del ambiente. Pero todavía, a día de hoy,
para muchos la preparación psicológica sólo parece necesaria en momentos y situaciones como las
descritas anteriormente, como si de un bombero o un mago se tratase. Al
igual que las primeras requieren una planificación y desarrollo a lo
largo de toda la temporada, la psicológica también, para que, cuando
lleguen estos momentos de la verdad, los jugadores tengan desarrolladas
ciertas habilidades que les hagan convivir con la presión con total
normalidad. Esto evitará que los deportistas se vean arrollados por las
circunstancias, y que los entrenadores no estén a expensas de que los
jugadores puedan soportar o no los momentos decisivos de la temporada,
quedándose muchas veces indefensos y sin saber qué hacer por no haber
integrado a su trabajo el aspecto psicológico.
Aspectos
como la motivación, concentración, autoconfianza, autocontrol
emocional, cohesión de equipo, etc., factores clave para todos los
especialistas del mundo del deporte, aún hoy son considerados por
algunos como capacidades innatas, inamovibles y propias solamente de los
grandes deportistas o, como mucho, de los más veteranos, dejando al
azar éste aspecto, o improvisando, sin saber porqué, carteles grandilocuentes en el vestuario, vídeos que
supuestamente motivan a sus jugadores, charlas llenas de testosterona,
barbacoas que nos unen en torno a un fuego, etc.
Los
entrenadores también son responsables del aspecto psicológico de sus
deportistas, y de la dinámica del grupo y, por consiguiente, deben estar
mínimamente preparados para ello, bien asesorados y formados por PSICÓLOGOS especializados (lo que no siempre ocurre, dando una mala imagen de la psicología y de la utilidad de
la misma), o teniendo uno en el cuerpo técnico, como afortunadamente
ocurre cada vez más. Está más que demostrado que un buen entrenamiento
psicológico puede permitir que el deportista rinda al máximo de sus
posibilidades reales, evitando que estados de nerviosismo y
desconcentración limiten sus actuaciones en competición. A fin y al
cabo, parafraseando a uno de los grandes, el fútbol (ponga aquí cualquier otro deporte) se juega con el
cerebro.
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